En la sierra burgalesa, hay una villa muy singular: Neila. Está situada en un espacio paradiasacamente bello y rodeada de montañas con cumbres que se elevan por encima de los 2000 metros. Surge ante el viajero como si fuera la Bella Durmiente del Bosque. Neila es uno de esos lugares que enamora al visitante y que invita a la paz y el reposo.
Pocos pueblos ofrecen tanto al turismo como esta villa serrana. Su privilegiada situación en el hondón de la Sierra que lleva su nombre, sus fascinantes paisajes, sus evocadores rincones urbanos. el caserío pregonando su exquisita arquitectura popular, los interminables paseos y el prestigio de sus lagunas, constituyen un reclamo permanente para el viajero en cualquier estación del año.
Su historia parece un sueño de siglos y leyenda. Fue un pueblo de pastores trashumantes cuya andadura se pierde en la Alta Edad Media. Y si bien los romanos dejaron muestra de su presencia y también los mozárabes, fue la trashumancia quien cimentó el apogeo del lugar y nobles familias las que levantaron insignes mansiones escudadas. Luego, el recorrer por el tiempo, fueron perfilándose rincones urbanos de llamativo tipismo.
El territorio neilense, al que algunos apodan como «la pequeña Suiza», es un muestrario de praderías, pastizales y pinares inmensos. Y su casco urbano instituye un modelo de arquitectura popular con siglos de historia, en cuyas callejuelas y rincones se perciben aromas de su pasado abolengo. En Neila son pocos los monumentos aislados que atraen la atención sino que es su conjunto urbano y la armonía de su arquitectura popular quienes dan autenticidad. Un puñado de viejas casas de piedra hacen compañía a palacios y mansiones escudadas repartidas por sus tres barrios.